“La historia de las murallas,
con sangre la escribió, la canalla”
El
salón de baile está a reventar y ya casi sin espacio para un alma más. Aun así los comensales llegando a mares provenientes
de otros salones donde la juerga termina tempranito, a la media noche: horas
normales para gentes normales.
Pero este otro sitio no es normal, se escapa de esta tierra y cuela el sabor y la alegría en el pequeño y abarrotado espacio de una vetusta pista de madera.
Cuerpos sudorosos e incansables, abrazados a la atmósfera festiva y cercanos a un estado de exaltación mística deseando que el tiempo se detenga y sucumba a los acordes rítmicos que flotan, como el antiguo éter, por todos los rincones del destartalado cubículo.
Un grito festivo, que sale de lo más profundo del corazón resuena desde la pista no más se escuchan los primeros acordes del saxofón de la cumbia Chambacú y el ardor crece como fuego que arrasa los pastizales y cañaverales de los alrededores. Son transportados a ese “barrio querido” que no conocen pero que se convierte en un espacio anímico donde todo es fiesta y disfrute y música y tambores y baile, baile y baile, brincadito, a saltitos, como el buen swing criollo de los ticos que no quieren dormir nunca más, solo bailar.
Pero este otro sitio no es normal, se escapa de esta tierra y cuela el sabor y la alegría en el pequeño y abarrotado espacio de una vetusta pista de madera.
Cuerpos sudorosos e incansables, abrazados a la atmósfera festiva y cercanos a un estado de exaltación mística deseando que el tiempo se detenga y sucumba a los acordes rítmicos que flotan, como el antiguo éter, por todos los rincones del destartalado cubículo.
Un grito festivo, que sale de lo más profundo del corazón resuena desde la pista no más se escuchan los primeros acordes del saxofón de la cumbia Chambacú y el ardor crece como fuego que arrasa los pastizales y cañaverales de los alrededores. Son transportados a ese “barrio querido” que no conocen pero que se convierte en un espacio anímico donde todo es fiesta y disfrute y música y tambores y baile, baile y baile, brincadito, a saltitos, como el buen swing criollo de los ticos que no quieren dormir nunca más, solo bailar.
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“Cumbia para mi tierra, cumbia para mi amor…” canta Aurita Castillo con su voz melodiosa y fina de niña adorada, “Chambacú….”, le contesta el coro y frenéticos los ticos se dejan llevar. Crujen las tablas de la pista al brincoteo del swing y se siente como si en cualquier momento, bailarines y piso, se fueran a desplomar y fundirse juntos en un entreverado de astillas de madera y carne. “Chambacú, Chambacú….mi lindo barrio querido” dice el estribillo y juntos, como en familia, cantan a todo pulmón los asistentes. Todos a una y al unísono con el acetato que gira también infatigable dentro de la nueva “rockola” que el dueño del lugar acaba de adquirir.
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“Cumbia para mi tierra, cumbia para mi amor…” canta Aurita Castillo con su voz melodiosa y fina de niña adorada, “Chambacú….”, le contesta el coro y frenéticos los ticos se dejan llevar. Crujen las tablas de la pista al brincoteo del swing y se siente como si en cualquier momento, bailarines y piso, se fueran a desplomar y fundirse juntos en un entreverado de astillas de madera y carne. “Chambacú, Chambacú….mi lindo barrio querido” dice el estribillo y juntos, como en familia, cantan a todo pulmón los asistentes. Todos a una y al unísono con el acetato que gira también infatigable dentro de la nueva “rockola” que el dueño del lugar acaba de adquirir.
Pasión
despertó Chambacú desde un inicio en el alma de los bailarines centroamericanos y aquí en nuestra Costa Rica se convirtió en canción emblemática de esa
generación joven y transgresora que solo deseaba bailar su swing. Hasta el día de hoy Chambacú sigue exaltando
el corazón y generando ese deseo de bailar a brincos. Pero Chambacú tienes sus misterios. Misterios que trascienden su música y ese
deseo incontrolable por bailarla.
Bastaría con señalar que su intérprete, la niña con su vestidito lleno
de rosas y su lazo níveo en el cabello, Aurita Castillo, la pavita sensacional,
desaparece por completo del mundo real y se mantiene solamente en este mundo
eterno donde la música nunca muere.
Efectivamente, por más que he investigado en internet y otros canales,
no aparecen más datos que señalen por donde haya transcurrido la vida de esta
niña. Los ticos aún la sentimos cercana,
como niña por siempre, allí metidita en los acetatos y cds con su Chambacú, cual
santita en su altar. ¿Qué fue de la vida
de Aurita Castillo? ¿Perdió su voz? ¿Murió acaso? Si algún lector supiese algo, pues bien,
estamos más que interesados en saberlo.
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Ahora
asalta a nuestra curiosidad el deseo de saber quien fuese el compositor de tan
prestigiosa canción. Nuevamente nos
llenaremos de asombro en este otro aspecto.
El afamado compositor y director de orquesta Rafael “Lito” Barrientos
(1919-2008) nació en Armenia, departamento de Sonsonate de El Salvador. Efectivamente, el compositor de Chambacú es
un salvadoreño, distinguido con el título de “Hijo Meritísimo de El Salvador”, quien
compuso una gran cantidad de cumbias tropicales que deleitaron toda la región
centroamericana. Varias veces estuvo en Costa Rica y posiblemente muchos de
nuestros lectores recordarán su “Pájaro Picón Picón” y su “Cumbia que te vas de
ronda”.
En
el siguiente video escucharemos el Pájaro Picón Picón interpretado por la
Sonora Dinamita:
En
múltiples ocasiones viajó el maestro Lito Barrientos a Colombia y obtuvo una
gran fama y prestigio al grabar sus composiciones con la disquera Discos
Fuentes y su efecto fue tan fuerte entre el público colombiano que muchos
músicos locales lograron pasar una ley que vedaba el accionar de la orquesta en
este país. En el siguiente video podemos
escuchar la versión de la Orquesta Internacional de Lito Barrientos de
“Chambacú” una de sus más conocidas composiciones.
“Chambacú,
Chambacú, mi lindo barrio querido…” vuelve a resonar el estribillo una y otra
vez para que no nos quede duda del amor que siente el compositor por este
lugar. Nuestra mente viaja a un Chambacú
idílico y nos lo imaginamos con bellas casas colombianas, coloniales, blancas y
azul real, con su iglesia prístina de altos campanarios; hermosos y amplios
edificios alrededor de un parque exuberante en flores y aves silvestres. La gente por sus calles bailando al son de la
cumbia con sus tambores y gaitas, con sus flautas de millo y sus maracas. Sin embargo, que lamentable es señalar que de
ese Chambacú ideal solo la última de las ideas es real y posiblemente esa sea
la belleza de la que habla el compositor.
Porque Chambacú distó en muchísimo de ser un lugar bello; basta saber
que se le consideraba “el más grande tugurio de todo Colombia”.
La
historia del asentamiento de Chambacú comienza a finales de los años 20 del
siglo pasado. Las comunidades
afrodescendientes habían logrado conseguir su libertad total de la esclavitud
en Colombia en el año 1852 y se fueron asentando a las márgenes de ríos como el
Magdalena y sus ramales, principalmente.
Sin embargo, ya libres pero sin fuentes de trabajo, las condiciones de miseria
cundían por doquier.
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La
fama de los habitantes de Chambacú o chambaculeros era, por supuesto, de la más
baja consideración no solo por el concepto de la raza ni por la calidad de sus
trabajos, sino más aún por el alto índice de delincuencia que ejercía Chambacú
sobre la ciudad. Cartagena, una ciudad
colonial, hermosa, palaciega, de calles angostas y balcones repletos de
multicolores flores apostaba ya desde esos años de mitad de siglo por ser un
destino turístico y atraer la mirada de grandes inversionistas. Chambacú se mostraba como la piedra en el
zapato y ya se sentía en el aire la intención y las consecuencias: debía
desaparecer. En el año 1955 se presentó
ante la alcaldía de Cartagena el primer plan para la erradicación de tugurios y
Chambacú era el eje central. Veinte años
tuvieron que pasar, entre pleitos, dineros perdidos, corrupción y escándalos y,
sobre todo, la reticencia de los chambaculeros, para que en el año 1971
salieran las últimas familias con su alma dolida y llena de nostalgias,
sabiendo que el traslado no era garantía alguna de un mejoramiento de vida pero
si la pérdida de su “tierra que nunca olvido”.
Pero
entonces, ¿dónde radicaba en último término la belleza de Chambacú? Cuando un pueblo no tiene nada, cada cosa que
logra se convierte en un inmenso tesoro por su gran costo y esfuerzo. Chambacú fue un pueblo de gentes enérgicas,
fuertes, luchadoras (como decimos acá “pulseadores”) y sus angustias y dolores
eran cantados en bellísimas y cadenciosas cumbias y bullerengues fuertes y sabrosos
y sus frustraciones, por la dureza de la vida, eran bailadas con la mayor
riqueza de movimientos corporales heredados de la sangre africana. Chambacú era una inmensa fuente de arte
musical que se evidencia en algunos de sus pobladores de gran renombre mundial:
Petrona Martínez, Etelvina Maldonado y Estefanía Caicedo son algunas de las
pocas que lograron un éxito, pero que representan a una inmensa cantidad de
otros artistas anónimos que cundían por doquier en Chambacú. De cada casita humilde emanaban los acordes
musicales de hermosas y algunas veces dolorosas tonadas.
“Llorando,
llorando, llorando nos coge el día” canta Etelvina Maldonado:
“Las
Penas Alegres” nos canta Petrona Martinez:
“La
Verdolaga”, canción de Estefanía Caicedo interpretada por Toto La Momposina:
Solo
pensar en caminar por las calles enlodadas y tumultuosas de este barrio de
Chambacú que ya no existe, y escuchar esta música que se mete en el alma, nos
llena de nostalgia y nos recuerda también el origen humilde de nuestro swing costarricense que como entresacado de este Chambacú espiritual nos inunda de
dicha y alegría a quienes lo bailamos. “Gocémosla
en Chambacú, mi barrio más popular…cantémosla suavecito que ahí viene la
madrugá”
Por
Ing. Eric Madrigal
Presidente
Un
servicio más de la
Asociación
Cultural del Swing y el Bolero Costarricenses